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IGOR AIZPURU

El piloto de los guardianes de las semillas en Euskadi

Joseba Ibargurengoitia Cuesta viene de estirpe de marinos, de una saga de pilotos y capitanes asentados en Plentzia. Sin embargo, él ha encontrado su destino enterrado bajo los surcos de la tierra y en el corazón de las frutas. Sus paisanos transportaban toneladas de grano en gigantescos silos flotantes, de un lado al otro del mundo. Su tarea, por el contrario, es entrevistar a agricultores veteranos, a amas de casa rurales que han preservado en sus huertas, en sus plantaciones, la memoria antigua de especies llamadas a la extinción por el comercio y que tipos como él, de la Red de Semillas de Euskadi, rescatan de sus santuarios, catalogan y preservan en una suerte de biblioteca de variedades vegetales. Ibargurengoitia es el piloto de estos guardianes de semillas. Su lucha es mantener la biodiversidad del medio, amenazada por las grandes compañías que se han hecho con la propiedad de variedades comerciales abocando al agro a la tiranía de la uniformidad y la dependencia.

A las 9 de la mañana, en Abetxuko, en el extrarradio de Vitoria, el sol ilumina poderosamente la chapa roja de un pequeño y vetusto tractor Barreiros, una auténtica pieza de museo aún en uso. Enfrente, embutido en un buzo azul, la cabeza coronada por un sombrero Bora Bora de ala ancha, Joseba Ibargurengoitia supervisa en el invernadero número 1 el cavado de un profundo surco donde, en su tiempo, se plantarán cientos de semillas recuperadas de su durmiente sueño en caseríos y huertas vecinales por los voluntarios de la Red de Semillas de Euskadi.

«Antes se cooperaba por mera supervivencia. Quien conseguía una variedad más productiva o más resistente compartía sus semillas con los vecinos. Y así vivían todos»

Ibargurengoitia es un militante del futuro. Piloto y guardián de un pasado germinal tutelado en cápsulas que han logrado sobrevivir a la globalización. «Soy de familia de marinos de Plentzia y estudié Ciencias del Mar en Vigo. Así que tenía más posibilidades de dedicarme a la mar que otros… El naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck tenía razón: decía que la mayoría de los rasgos se heredan, frente a Darwin, que defendía que se adquirían… Sí, en la Universidad me marcó el estudio de la Genética. Hoy todavía se considera basura un 80% de nuestro ADN… ¡porque no se conoce su función! Y seguro que la tiene. La eugenesia de los nazis no tenía sentido porque las poblaciones, los seres vivos, se han ido adaptando localmente al entorno», se presenta.

Semejante preámbulo adquiere pleno sentido cuando entendemos que, lo mismo que el hombre ha sido cincelado por el paso del tiempo, otro tanto han hecho los cereales, los frutales, las legumbres y hortalizas que, en definitiva, construyen también nuestro ADN con sus nutrientes. «Por eso es crucial tomar conciencia de la importancia de la biodiversidad cultivada», dice junto a una furgoneta donde hay cientos de semillas etiquetadas de maíz txakinarto que, pronto, brotarán en esta misma tierra que se labra ahora. «La Red existe desde 1996 y nuestra tarea es investigar, revalorizar, conservar y divulgar la importancia de la biodiversidad cultivada para la Humanidad y para el planeta. Recuperamos un patrimonio sociocultural», dice.

«Me marcó estudiar ciencia con implicaciones sociales como Genética y Genética de Poblaciones»
LA CIENCIA

IGOR AIZPURU

En todos estos años han creado una red de guardianes, personas mayores de 60 años «que han conocido la agricultura antigua, sin herbicidas ni fungicidas, cuando los campos se labraban con tracción animal… Acudimos a los concejos y hablamos con ellos. Algunos nos decían que nos estaban esperando porque son conscientes de la pérdida de estas variedades nacidas tras siglos de mejora y adaptación al clima, al entorno, a la tierra… Y resistentes al cambio climático», remarca.

Parece que no tenemos memoria. O que nos olvidamos demasiado pronto de algunas cosas. En Bizkaia, por ejemplo, una prolongada sequía vació de caudal los ríos durante el primer tercio del siglo XVIII. Hubo que construir a toda prisa molinos de viento para sustituir a los de agua, inútiles. El molino de Aixerrota es hoy un erguido y patente vestigio de aquella crisis. «Entre 1845 y 1849, un millón de irlandeses murieron y otro millón tuvo que emigrar por la Gran Hambruna provocada por una enfermedad de la patata… Son lecciones que no debemos olvidar. Nuestro objetivo como asociación es volver a poner a las personas agricultoras como eje de la sociedad», resalta. «Nadie come cemento y papel».

«Embarcado, descubrí las durísimas condiciones de vida de los marineros»
«OBSERVADOR EN EL ATLÁNTICO NORTE»

La espinaca rastrera de Zamudio, el puerro de Durango, la lechuga Martina de la Montaña Alavesa (que un cocinero de la tierra como Edorta Lamo ha incorporado ya a su menú en Arrea! de Santa Cruz de Campezo), el trigo rojo de Sabando, el tomate de Deusto, la castaña de Apellaniz, de Murua, de Etxaguen, el tomate punta luze de Busturia, los choriceros de Erandio, Barrika, Aulesti, el haba negra de Astigarribia que crece entre los trigos, la manzana-pera de la Montaña Alavesa, la cebolla morada de Zalla… conforman, entre otros cientos, ese álbum vegetal que tutelan Joseba y sus colegas.

< «Fue muy importante el momento en que empezamos con los proyectos de prospección con un equipo de investigación que sistematizó municipios y comarcas»

«LOS EQUIPOS DE INVESTIGACIÓN»

Pero para llegar a conocerlos necesitan de informantes, de cómplices. Como Maritere, una aldeana de Mendexa que acudía al Mercado de La Ribera desde Erandio cargada con sus cestas de verduras y legumbres. «Ella nos apoyó desde el principio, compartió todo su conocimiento y las variedades que cultivaba con nosotros», subraya, agradecido, Ibargurengoitia. Como Maritere, las gentes de la Red de Semillas han ido urdiendo también un tejido de guardianes, casi medio millar de conservacionistas, que transforman las efímeras semillas en futuro plantando en sus terrenos las cápsulas de Naturaleza que les proporciona la trama.

En ocasiones, su trabajo tiene también mucho de detectivesco: una vieja semilla encontrada en la esquina de un zaguán o perdida 40 años en un altillo puede llevar al milagro de recuperar una variedad singular.

Aunque pueda exhalar cierto aroma romántico, lo cierto es que poseer una amplia biblioteca de variedades vegetales (como hizo su admirado Nikolái Vavilov, un botánico y genetista ruso «que debería ser héroe de la Humanidad» por su tarea prospectiva) es una obligación para cualquier país. Como hace el INIAen su Centro de Recursos Fitogenéticos de Alcalá o en el Banco Nacional de Germoplasma. En tiempos de biopiratería, las semillas autóctonas poseen un enorme interés estratégico. «No hay que olvidar que todas las variedades comerciales de semillas de hoy proceden de las campesinas. Antes se cooperaba por mera supervivencia. Quien conseguía una variedad más productiva o más resistente compartía sus semillas con los vecinos. Y así vivían todos», alerta Ibargurengoitia.

Articulo publicado en El Correo